y no dejarse conquistar
cuando se llegue el momento,
me atrevo a apostar diez pesos
a que volvemos a ganar.
76.
Eres la mujer más pura
que en el mundo puede haber;
eres el lindo clavel
y eres rosa de hermosura.
En un jardín de recreo
cogí la hermosa deidad
junta con la resedá
para darte en el paseo;
se cumplieron mis deseos
pudo cerrar mi locura,
y tú seras mi dulzura
donde yo pongo mi amor;
eres regalada flor,
eres la mujer más pura.
Eres la tulipa hermosa,
eres la linda camelia,
eres la flor de canela,
tornadora mariposa;
te busco de rosa en rosa
hasta yo poderte ver,
te hallo en la flor de laurel
brillando como una estrella;
eres la joven más bella
que en el mundo puede haber.
Dime lindo mira-sol,
por qué es que tanto deliro,
si eres el hermoso lirio
que se ve en el espesor;
te comparo con el sol
que sale al amanecer;
en mí tu debes poner
una esperanza completa;
eres la hermosa violeta,
eres el lindo clavel.
Nombrando todas las flores
eres la más exquisita,
eres flor de margarita
que guarda bien sus olores;
lo digo por tus honores
en ver tu esbelta figura;
yo te amo con ternura
y me hallo ser feliz;
eres tú la flor de lis,
eres rosa de hermosura.
77.
Enamoré a una cocinera
para en el barril pensar;
me dejó sin almorzar,
mira qué mujer más fiera.
Yo muy bien no me fijaba
y un día miré desde lejos
que ella tenia otro cortejo
y siempre me lo negaba;
pero ella se figuraba
que me engañaba de veras
y la engañada era ella
trayéndome el barrilito;
para evitar mis chavitos
enamoré una cocinera.
Temprano se levantaba,
para la plaza cogía,
luego yo, detrás seguía
para ver lo que me daba;
amarillitos buscaba
y conmigo al tropezar
la canasta hubo de alzar
para que yo no los viera;
enamoré una cocinera,
para en el barril pensar.
El demonio de la mujer
cuando me daba el café
a mí me salía de fé
que algo me quería hacer;
pensaba en mi propio ser
y dije: — Puede alcanzar
que ella me quiera cazar
lo mismo que a un palomito;
pensando en el barrilito
me dejó sin almorzar.
A las ocho de la noche
llegaba con la comida;
yo me sentaba en seguida
para que batiera un ponche,
le decía: — No te enconches,
ven bátemelo acá afuera.
Ella me decía: — Yo quisiera
batirlo en el aposento.
Llevaba malos intentos,
mira qué mujer mas fiera.